- La nave se suma a la serie de contactos culturales actuales entre Estados Unidos y Cuba
- La escala forma parte de su travesía por los sitios que marcaron la era del tráfico de personas
Gerardo Arreola
La Habana, 25 de marzo. Un barco símbolo de las rebeliones esclavas del siglo XIX, que casualmente unió a Cuba y Estados Unidos, llegó este jueves al puerto de La Habana, como parte de una travesía por los sitios que marcaron la era del comercio internacional de personas.
En su escala de seis días en esta capital, la goleta Amistad también representa los alcances que ha tenido el intercambio cultural entre Washington y La Habana, un espacio que ha existido con altas y bajas, dentro del conflicto histórico entre ambos gobiernos.
Y, más en lo inmediato, este barco, que es la réplica del verdadero escenario de un motín de esclavos, se suma a la serie de contactos actuales entre los dos países, que tiene ejemplos como el de la presentación este miércoles del dueto puertorriqueño Calle 13.
Sueño cumplido
“Ya hemos cumplido parte de nuestro sueño de venir a Cuba”, dijo el lunes pasado el capitán Seam Bercaw, al atracar en el puerto de Matanzas, al este de la capital, procedente de República Dominicana.
No es la primera vez que el Amistad facilita un contacto contemporáneo entre cubanos y estadunidenses. En abril de 1998 se exhibió en La Habana la cinta homónima de Steven Spielberg (1997), que narró el episodio de esta embarcación. A la función, que se realizó en el Chaplin, cine de gala de la capital, fue invitado oficialmente el entonces jefe de la Sección de Intereses (oficina diplomática) de Estados Unidos, Michael Kozack, quien habló al público para agradecer las facilidades en la difusión de la obra y de la memoria que guarda.
Poco tiempo después, esas buenas maneras desaparecieron. El presidente George W. Bush desató una ofensiva contra Cuba que tensó el conflicto semicentenario como pocas veces. Por supuesto, los intercambios culturales prácticamente desaparecieron.
Ahora, el Amistad llega a La Habana el día escogido por las Naciones Unidas para recordar a las víctimas de la esclavitud y del tráfico de seres humanos. Aunque aún el gobierno del presidente Barack Obama niega permisos para que estadunidenses vengan a la isla o para que cubanos vayan a Estados Unidos en giras de trabajo cultural, la tendencia del intercambio va ganando fuerza.
En estricto sentido, ese flujo no va más allá del nivel que tuvo en la época de Bill Clinton en los años 90, pero es una clara diferencia con la era Bush. Ya va siendo incontable el desfile de artistas cubanos en Estados Unidos (Viengsay Valdés, Chucho Valdés, La Charanga Habanera, Los Van Van, Zenaida Romeu, Pablo Milanés, Omara Portuondo…). Calle 13 se había demorado en venir, precisamente, por la falta de permisos, que al fin llegaron. Y a todo esto hay que sumar una creciente, aunque más callada secuencia de viajes académicos y científicos.
El Amistad original había zarpado de La Habana en 1839 con más de 50 esclavos de Sierra Leona, que serían enviados a su nuevo dueño en Camagüey, en el oriente cubano. El capitán ordenó negar agua y racionar la comida a los hombres, que se sublevaron, ejecutaron a la tripulación y quedaron a la deriva, porque ninguno de ellos sabía navegar.
El barco llegó a Estados Unidos y los hombres fueron capturados, pero dos años después fueron liberados tras un pleito legal. El juicio y el alzamiento agitaron más aún la conciencia antiesclavista que recorría la región en la época, aunque ya el Parlamento británico había abolido la esclavitud en 1807.
La actual goleta forma parte del proyecto de la organización no gubernamental estadunidense Amistad América. Fue construida hace 10 años; en 2007 inició sus viajes por la Ruta de la Esclavitud de la UNESCO y ha tocado 70 puertos.
JULIO DE 1839.
Medianoche en alta mar. Una goleta española, la Amistad, navega dando popa a La Habana con destino a Puerto Príncipe. En la bodega, un cargamento de ébano integrado por 53 negros africanos encadenados estalla en motín. El líder, el bravo Cinque, de la tribu mendé, se libera de sus argollas y encabeza la rebelión. Los africanos mantienen con vida a dos cubanos, Montes y Ruiz, para que piloten la nave de regreso a la tierra donde fueron raptados, Sierra Leona, en África. La Amistad, con artimañas de los españoles, termina frente a la costa norteamericana, a la altura de Long Island, donde es interceptada.
Encarcelados, los africanos son juzgados por asesinato y piratería. En la causa se presentan diversos demandantes que reivindican la posesión de la mercancía del barco: la Corona española, la Secretaría de Estado norteamericana, los traficantes cubanos y un grupo de abolicionistas. Incluso, el octavo presidente de la nación, el pro esclavista Martin Van Buren, se interesa por el asunto al ver peligrar su reelección.
Ésta es, esencialmente, la historia de la película de Spielberg. El director ha contado con un reparto de lujo. Actores del calibre de Morgan Freeman, Matthew McConaughey, Anna Paquin, el actor de Benin Djimon Hounsoy y, sobre todo, sir Anthony Hopkins (encarna al ex presidente John Quincy Adams, el campeón que ganó la causa ante el Tribunal Supremo).
Pero la historia cinematográfica no es calcamonía, ni mucho menos, de la verdadera historia del Amistad. Baste un episodio de la película para confirmarlo: el protagonista, Cinque, vuelve a Sierra Leona y se reencuentra con su mujer y sus hijos. La realidad fue bien distinta. Sengbeh Pieh, su verdadero nombre, volvió a África pero jamás pudo encontrar a su familia, que en los tres años que duró su ausencia fue capturada por una tribu enemiga y vendidos sus miembros como esclavos. Un tráfico que continúa hoy en países como Sudán.
Otro error más: Van Buren había dejado de ser presidente cuando empezó el juicio.
Los hechos reales arrancan con el año 1839. Varios centenares de africanos, caídos en una de las redes de tráfico de esclavos, son embarcados, desde Sierra Leona, en el barco negrero de bandera portuguesa La Técora. Durante la travesía del Atlántico, rumbo a La Habana, los negreros llegan a arrojar por la borda hasta a 50 esclavos. Calcularon mal los víveres para el viaje y no había comida para todos.
El destino de la mercancía eran los campos de azúcar de la isla caribeña. Aunque la trata estaba prohibida internacionalmente, el contrabando era abundante. Portugueses, franceses, norteamericanos y españoles seguían pirateando aun a riesgo de ser interceptados por la Royal Navy británica, que desde 1817 se había arrogado el papel de gendarme de los mares contra la trata.
JUSTICIA CRUEL
Comenzaba el verano de 1839 cuando La Técora (barco portugués tratante de esclavos) atracó en La Habana con su cargamento de esclavos. Cinque y 52 africanos más -tres niñas y un niño incluidos- fueron comprados por los españoles José Ruiz y Pedro Montes, que tenían un barco aguardando para transportarlos a Puerto Príncipe y venderlos. Era el Amistad, un bergantín de dos palos con el casco pintado de negro, construido y equipado en Baltimore, Maryland (EEUU). Al mando de la nave estaba Ramón Ferrer.
El motín a bordo estalló en la noche del uno al dos de julio. Lo encabezó Cinque y de la tripulación se salvaron Ruiz y Montes, a quienes los africanos obligaron a girar el rumbo de la nave hacia su tierra natal, África. El Amistad terminó frente a las costas de Estados Unidos, a la altura de Long Island, donde fue interceptado por el Washington, un barco de la Marina estadounidense. Era 26 de agosto de 1839.Sobre los africanos, fruto de las mentirosas explicaciones de los dos españoles supervivientes de la rebelión, cayeron dos acusaciones: asesinato y piratería. Tras sucesivos juicios y apelaciones, paralelos a las reclamaciones de la Corona española, que reivindicaba su propiedad sobre los africanos argumentando que eran esclavos cubanos y no procedían de África, Cinque y demás detenidos consiguieron llevar su caso a la Corte Suprema con el apoyo de los grupos anti esclavistas.
La sentencia favorable a los africanos se produjo el 9 de marzo de 1841. La intervención del ex presidente norteamericano John Quincy Adams, que se ocupó de su defensa, contribuyó al éxito de la causa Amistad ante la Corte Suprema de los Estados Unidos.Ya como hombres libres, los 35 africanos supervivientes del Amistad zarparon del puerto de Nueva York, a bordo del carguero de cuatro palos Gentlemen, con destino a la ciudad de Freetown (creada precisamente para recibir a los africanos liberados de la trata internacional), en Sierra Leona. África volvió a aparecer ante su mirada en enero de 1842.
Entre 1440 y 1870, según estimaciones del historiador Hugh Thomas, 11 millones de africanos cruzaron el Atlántico encadenados en las bodegas de barcos negreros. En total, 54.200 viajes transoceánicos, de los que 4.000 se realizaron bajo bandera española, 12.000 en embarcaciones británicas y 30.000 bajo pabellón portugués.
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